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Medias blancas

 Eran dos niños. Dos pequeños caminando por las calles vacías, tarde, muy tarde, cerca ya de la medianoche. ¿Qué hacían tan tarde por la noche esos dos hermanos, dónde iban? Es de suponer que regresaban a casa.

Ella era un poco mayor, vestía un largo sweater, que caía sobre su corta falda, y medias cortas, blancas. Él, que no alzaba más allá del hombro de su hermana, llevaba shorts y un polar, cuyo gorro le caía por la espalda.

Caminaban sin prisa, cuando doblaron la esquina y tomaron calle abajo, por un mal iluminado pasaje.

Habrían avanzado unos cuantos metros, cuando la niña se dió cuenta que ya no se escuchaban sólo sus pasos, en el silencio nocturno. Había ahora otro sonido, el sonido de unos pasos distintos, con otro ritmo, que parecian no querer hacer ruido.

Cautelosamente, temerosamente, miró sobre el hombro y entonces lo vio: más cercano de lo que esperaba, el cuerpo de un hombre que se acercaba. La lejana luz del poste le hacía sombra, de modo que no podía ver su cara, y quizá por eso le atemorizó más.

Voliviendo la mirada al frente, puso la mano em el hombro del pequeño, y suavemente pero con firmeza, lo indujo a cruzar la calle, y tomar la vereda de enfrente.

"Seguirá de largo -se dijo- sólo va pasando por aquí".

Pero no fué así. No. No lo vio pasar frente a ellos por la otra vereda, aunque seguía escuchando el sonido de sus pasos. 

Volteó de nuevo, y allí estaba, tras de ellos. ¿Era sólo su idea, o esta vez estaba más cerca? ¿los estaba alcanzando?.

Miró hacia el frente. ¿Cuánto les faltaba, y por esa calle oscura? ¿por qué no salía nadie,? no era tan tarde, ¿cómo nadie pasaba por ahí?

Su hermano la miró, asustado al verla nerviosa, y quiso mirar también hacia atrás, pero ella, bruscamente, se lo impidió. Quiso preguntar qué pasaba, pero un ¡shist! imperioso de ella, musitado casi entre dientes, lo hizo callar, y lo asustó más.

Apuraron el paso, y sirvió únicamente para que escucharan (ahora los dos prestaban atención) que aquellos otros pasos también se apuraban.

La chiquilla presionaba fuerte el hombro del niño, para que se apurase, y para darse algo de valor, pero no se atrevía a correr. Temía que si lo hacía ya no quedaría ninguna esperanza de que todo fuese una casualidad. Temía que si corrían, el hombre también lo haría, y los atraparía enseguida. Y no quería que eso pasara, no quería ni pensar más allá de lo que sería esa mano sujetándola por detrás.

Caminaba rápido, apretando los dientes, y las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos. No quería, no podía llorar. Sentía que llorar sería como rendirse y que si lo hacía ya no podría caminar más, y él los tendría.

Desesperada ya, a punto de rendirse, a punto de no seguir, vio un antejardín con la reja abierta, y sin saber por qué lo hacía, sin pensar, (no conocía esa casa) empujó a su hermano hacia dentro, y alcanzando la puerta, golpeó. Golpeó con todas sus fuerzas, golpeó con desesperación, con las lágrimas corriendo por sus ojos, mientras un líquido caliente corría por sus piernas y mojaba sus medias blancas.

Entre todo eso, apenas si escuchó la voz de su hermano, que aferrado a su manga le decía: "Aline, pero si no hay nadie, no viene nadie, Aline..." 

Sorprendida, volteó a mirar, y -efectivamente- la calle en penumbra se veía vacía. Vacía.

Cayó sobre los peldaños de la entrada, y lloró, lloró quedamente mientras, dentro de la casa, se encendían luces y se escuchaban voces alarmadas...

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